La nueva adaptación de ‘Equus’ azuza las llamas de la pasión más salvaje ante el público del Auditorio

Hay dramas universales en la historia del teatro que aprovechan la dramaturgia para ofrecer una reflexión, a veces no concluyente, de los grandes dilemas y problemáticas del ser humano. El amor imposible de ‘Romeo y Julieta’, la venganza de ‘Hamlet’, la libertad de ‘La vida es sueño’, la codicia de ‘Muerte de un viajante’, el existencialismo de ‘Esperando a Godot’… Por suerte, la lista es extensa y en esa relación, a la hora de cavilar sobre la represión del deseo y el instinto sexual aparece rutilante la truculenta historia de ‘Equus’.

Una obra de Peter Shaffer que revolucionó en su adaptación teatral en los años setenta y que anoche revivió de nuevo con la adaptación de Okapi Producciones, con dirección de Carolina África bajo la traducción de Natalio Grueso, protagonizada por Roberto Álvarez en el papel de Dysart y Álex Villazán en el de Alan. El elenco se completó con Mamen Camacho (Dora/Jueza), Claudia Galán (Jill) y Jorge Mayor (Frank). Los diseños de escenografía y de iluminación son de Bengoa Vázquez y Sergio Torres, respectivamente, con vestuario de Lupe Valero y sonido de Manuel Solís.

Todo ello en el marco de una de las citas destacadas de la programación de invierno de la programación trimestral de invierno puesta en marcha por el Área de Cultura y Educación del Ayuntamiento de Almería.

La trama parte del truculento hecho de que un joven saque con un punzón los ojos de tres caballos. ¿Qué motivo ese estado de enajenación para realizar semejante atrocidad? Con una puesta en escena trepidante, el elenco actoral (en los casos del psiquiatra y del joven enfermo siempre sobre las tablas) despliega con agilidad la escenografía para desarrollar elipsis, cambios de tiempo y espacio, verdad y sueño, realidad y recreación.

La revisión también adapta algunos códigos. Como la aparición de canciones de moda en el desafiante primer encuentro de paciente y doctor o el desencadenante de la tortuosa relación de Alan con sus padres, a cuenta del uso y abuso de internet y las redes frente al ocio ‘de bien’, que el padre, dueño de una imprenta, presupone a todo lo que esté impreso.

La virginidad como tesoro, la religión como calvario y sacrificio por parte de la madre, la autoridad paterna, la aparición de la vigoréxica figura del caballo como símbolo… Los secretos descubiertos del padre y la frustración desvelada del psiquiatra…

Absolutamente todo confluye en una escala de tensión escénica en la que el desnudo, las figuras humanas con cabezas equinas, la sexualidad y la vergüenza se hacen carne en un epatante resolución final que sigue siendo igual de efectista y efectista que en la obra y en las adaptaciones que, en Estados Unidos, protagonizaron Anthony Hopkins o Anthony Perkins. Nombres a los que se puede añadir sin problema un Roberto Álvarez magistral, un Álex Villazán desbordante, una Claudia Galán arrebatadora y unos atormentados y sacrificados Jorge Mayor y Mamen Camacho.

Teatro del bueno, anoche, en el Auditorio Municipal Maestro Padilla.