Ignatius lleva ‘la commedia’ al límite en dos horas de desbarre permitido por la confianza de un público entregado

El I Festival Nacional de Comedia de Almería vivió anoche en el Auditorio su gran plato fuerte que cumplió con todas las expectativas

No hay nadie como él. O, al menos, que se le permita ser y decir las cosas que hace y dice. Ignatius tomó anoche el Auditorio Municipal Maestro Padilla como plato estelar del I Festival Nacional de Comedia de Almería que organiza el Área de Cultura y Educación del Ayuntamiento de Almería y Kuver Producciones dentro de la programación de la temporada de otoño y ejerció y cumplió a lo que venía. A trasgredir todas las normas de la corrección y a establecer ese afilada y desbarrada improvisación con un público que no solo le pide eso y más fuerte, sino que además le adora.

El cómico tinerfeño es como los grandes púgiles, sale a morder desde que suena la campana. Su inconfundible aspecto físico, reforzado por un vestuario acorde al desempeño físico que realiza en sus actuaciones –no hay que olvidar que sufre de una dolencia en el corazón que, verdaderamente, hace que lleve al límite sus propias capacidades-, desde lo físico a lo verbal, la concepción inversa del sentido del ridículo, puesto que se le ve más incómodo en los silencios y las confesiones personales y emocionales que en el intento de ofensa a colectivos y personas, y su verborrea incesante galoparon ayer durante dos extensas e intensas horas de risas y desafíos cargados de ironía y, por qué no, inteligencia.

Popularizado en su día por su aparición en alguno de los gags más perdurables e histriónicos de ‘La Hora Chanante’, Ignatius se ha venido a convertir en un ideólogo practicante del humor ácido, corrosivo, ente lo soez y lo brillante. Aunque su capacidad de sorprender vaya a menos dada la sobreexposición en programas de televisión y de radio, sobre todo, claro está, ‘La Vida Moderna’, verle sigue siendo una incógnita por esa interacción que mantiene con el público. Sin ir más lejos, anoche ‘le tocó’ a una veintena de asistentes al Auditorio que, lejos de ofenderse, disfrutan junto a todos esa sana manera de reírse de uno mismo y de lo no permitido, sabiendo que todo está en marcado en la ironía y ‘la commedia’.

Por el camino, pinceladas de moralidad y enseñanzas a modo de corolarios tras largas disertaciones, como el ensalzamiento a los protagonistas de la Segunda Guerra Mundial por permitir sesenta años de estado del bienestar, el hallazgo del verdadero sentido de la libertad, la necesidad de buscar siempre buenos retos para fracasar mejor o reconocer que “lo último que se le permite a un cómico es hablar con el corazón”. Una sacudida neuronal con premio final incluido.